jueves, 20 de agosto de 2020

En defensa del miedo...

 

 El miedo es  útil. Es una emoción poderosa y quizá, autocontrolada y no desbocada, es la emoción que desde la prudencia permite la planificación, el cuidado y la autodefensa.

Estas son cuestiones fundamentales para la vida y la supervivencia y probablemente llevan a las características más positivas de esta especie tan denostada: los seres humanos.

El miedo nos pone en alerta. Nos sitúa ante las posibles consecuencias de una acción. El miedo (controlado, no que nos controle) nos permite ser proactivos y buscar soluciones a un problema antes de que sea demasiado tarde. El miedo nos llama a la precaución, a probar sin salirnos de los márgenes conocidos, es decir, a transformar y transformarnos, nos ayuda a crecer y aprender desde este "espacio seguro".

Es cierto, sin embargo, y conviene recordarlo en estos momentos, que el miedo no nos evita los muchos y posibles errores que seguro vamos a cometer, pero sí puede evitar algunos de los más catastróficos. 

El ser humano, al mismo tiempo, se equivoca si solo tiene en cuenta la prudencia. Necesita también el caos, la creatividad y la improvisación mucho más de lo que, a veces, buscando el control absoluto nos gustaría creer. Es por ello por lo que dejarse llevar por el miedo, dejar que este te controle y ser incapaz de hacer algo fuera de lo conocido es paralizador y nada deseable. Pero, al mismo tiempo, conocemos junto a nuestro miedo nuestros límites (que podemos superar, o no), y son fundamentales para existir.

Como casi todo lo importante en el mundo emocional estamos hablando de equilibrios muy frágiles, equilibrios que tienen que ver con la Vida tal y como la conocemos en la actualidad y con el cuidado de la misma. Las personas que dedicamos gran parte de nuestra vida a cuidar sabemos que está hecho de pequeños gestos precavidos, que van permitiendo la seguridad y la autonomía del otro, de la otra. 

Es por todo lo dicho que me resultan asombrosamente patriarcarles y anti-vida dos máximas que parecen contrarias, pero que en realidad se acercan. Una de ellas podría repetirse machaconamente en un ejército en combate: "todo el mundo es mi enemigo, hay que tener a todos miedo". La otra podría decirla hoy con buenas intenciones cualquier persona: "el único virus es el miedo."

En el primer caso estaríamos defendiéndonos de cuestiones irreales, considerando a todas las personas enemigas y entrando a defendernos de niños, niñas y bebés viéndolos como "víctimas colaterales". La vida se nos haría imposible y entraríamos en una fuerte espiral de paranoia y violencia, así como competitividad. 

El mundo en el que vivimos se nos presenta muchas veces así: despiadado, injusto, cruel e incomprensible. Es normal que sintamos miedo, aunque este puede transformarse en algo liberador. No queremos eso (algo real, que ya sucede) y nos enfrentamos inventando algo nuevo que nos transforma. Como el miedo es real podemos enfrentarlo, como el león me está mirando puedo poner frente a él una antorcha que lo ahuyente.

El problema con esta opción es que aunque es real el peligro en el actual mundo globalizado muchas veces no podemos verlo. Es importante, por ello, hacer una labor de traductoras todo el tiempo para que veamos que lo real lo es, que afecta verdaderamente a nuestras vidas. Es agotadora y es continua esta labor, se parece mucho más al trabajo de cuidados que a una soflama política enciende-masas.

¿El cambio climático es real? Sí, lo es. Mira los cambios que observas en los frutales de tu huerta. Mira como desaparecen islas y se tienen que construir diques alrededor del mundo. Mira como aumentan los desastres naturales, los incendios o las epidemias. El miedo ahí es algo real. El león nos está mirando y este "miedo útil" lo vamos a transformar en propuestas útiles. Unidas, sin negar nuestros miedos y contradicciones, vemos que estamos todas hechas de la misma pasta y desde esa empatía todas las personas pueden construir. Suena utópico, pero es lo único real y que nos dará verdaderas satisfacciones. Nada perfectas, pero reales. Tampoco luchar contra todo las da, y finalmente ni sabes contra qué estabas luchando.

La otra opción es afirmar que no se debe tener nada de miedo y que incluso lo real (el virus, el cambio climático, la pérdida de derechos laborales) no lo es. Esta opción nos permite situarnos por encima de los demás, negando nuestro miedo y privilegios y despreciando el de los demás también. Nos permite sentirnos privilegiados, dueños de información que nadie conoce o entiende (sin traducirla), dueños de nuestras acciones (aunque sean completamente ridículas) y, sobre todo, nos permite no sentirnos responsables de traducir para los demás. Si nosotros estamos bien, ¿por qué vamos a tener miedo? ¿Por qué vamos a intentar entender el de los demás?

Si el león (o leona, más adecuado) camina hacia la aldea (peligro real) pienso que lo haré huir si yo lo miro firmemente a los ojos, pero me importa poco si la gente de la aldea no puede hacer eso. Tampoco me importa saber que ni yo mismo lo haría en el momento real (no imaginado) de mi encuentro con la leona. En realidad esta es una actitud irresponsable y muy patriarcal.

En lugar de ayudar a hacer la empalizada con todos mis vecinos y vecinas, en lugar de encender el fuego para ahuyentar a los animales y guardar la comida por la noche afirmo que no existen. Recuerdo a todos y todas aquellas veces, tantas ciertamente, que el chamán y el jefe nos engañaron antes. Mezclo la realidad con la ficción, en realidad me gustaría creer que el peligro no existe para no tener nunca que tomar esas medidas que interrumpen mi cómoda vida lejos de los demás.

Parecerá totalmente absurdo, y lo es en una sociedad comunitaria como la que describo. Pero no lo es en nuestra sociedad en la que tenemos olvidada la utilidad del miedo hacia los peligros reales (que hay que afrontar con más personas) y su total inutilidad, que nos lleva a la parálisis, hacia aquello que es irreal o que no podemos en absoluto controlar. 

Es cierto que el ser humano no puede vivir con miedo, pero solo se acepta, enfrenta y controla con las demás. También es cierto que vivimos en un mundo complejo en el que nos sentimos sin control sobre nuestra vida y esto nos crea desasosiego y nos invita a la huida.

Lo que nos repiten menos desde fuera es que solas no podemos hacer la necesaria traducción de estos fenómenos complejos (cambio climático, falta de libertades, falta de derechos laborales, racismo, crisis de cuidados, etc.) en nuestras vidas. Y que, además, la traducción cambia de idioma a idioma, de comunidad a comunidad. 

Esa traducción es hoy más necesaria que nunca, pero si nos centramos en miedos irreales e inasumibles, en miedos exagerados o empequeñecidos...si nos centramos en miedos que no podemos traducir porque escapan a nuestra comprensión...entonces estaremos en las manos de cualquier "líder salvador".

Los miedos irreales, alarmistas e incontrolables, han sido la base de dictaduras y fascismos desde el comienzo de la Historia. Las llamadas conspiraciones han servido para encerrar etnias y comunidades, para crear (ahora sí) el verdadero miedo desbocado (porque el león no está, pero creemos verlo) que termina en una única solución para frenarlo "unidas": el fascismo.

Cuidado con quien quiera hacerte tener un miedo incontrolado de tu alrededor, pero también cuidado con quien quiera obligarte a no tener miedo y te distraiga de los verdaderos peligros.

La única salida es hacernos  caer en la cuenta mutamente de nuestra responsabilidad de enfrentarlo: traducir en qué nos afecta el problema y hacer algo cuando el peligro acecha a todas y es real.

Clara G.

See the source image

20/8/2020

*Siento no haber podido convertirlo en poesía, lo haré*