miércoles, 30 de noviembre de 2011
LIBERTAD VELADA
Bajo su velo
te escondes tú
tú, el miedo
tú, el odio
tú, el control.
Si ella juega
son sus hijas
en el parque se columpia
esperando
tu agravio.
He jugado
a juegos más peligrosos...
en el mismo parque.
He reído
creyendo en la seducción de la risa
con el pelo al viento...
pero aguantando
lo que una mujer
debe aguantar.
Hoy le dices
que se libere
pero yo sé la verdad:
la libertad no se esconde en ese parque
ni sobre ningún nihab.
Seguiré defendiendo
que una mujer asiática
pueda salir los domingos,
que ella se ría en mi parque,
que una mujer africana lleve
sus vestidos y su dignidad.
Son pequeños,
pero son suyos,
son conquistas,
son espacios de libertad.
Dejad de oprimir a otras,
y liberaos de vosotras mismas.
14/5/011
OrnI
Im-presentable
Se cierra el telón.
La actriz se limpia el rimel que le corre por la cara y el sudor de la frente.
El rigor estático de su última postura todavía le dura, y le cuesta levantarse.
La animan a saludar, pero se niega.
La actriz principal del Gran Teatro del Mundo pasa delante de todos, y con la cabeza gacha baja las escaleras y se interna en su camerino.
Tiene que reflexionar.
Tiene que pensar por qué su compañera de reparto le intentó hacer hoy la zancadilla, y ayer, y anteayer...
Tiene que pensar por qué el guionista de la obra escribe siempre mentiras.
Tiene que pensar por qué el público se ríe cuando ella vive una auténtica tragedia.
Tiene que pensar porque se está acabando el tiempo, el teatro empieza a temblar...
Sobre todo, y ante todo, tiene que pensar para salvar las hermosas piezas en las que una vez participó en ese mismo teatro, en ese arte que ama y por el que moriría.
Por eso se encerró en su camerino.
Por eso esa misma actriz, que puede ser tu hija, que puede ser tu amante, que puede ser tu madre, que puede ser tu hermana o que puede ser simplemente una persona libre hoy no quiere presentarse ante el Gran Mundo.
Eso sería sencillamente: impresentable.
La actriz se limpia el rimel que le corre por la cara y el sudor de la frente.
El rigor estático de su última postura todavía le dura, y le cuesta levantarse.
La animan a saludar, pero se niega.
La actriz principal del Gran Teatro del Mundo pasa delante de todos, y con la cabeza gacha baja las escaleras y se interna en su camerino.
Tiene que reflexionar.
Tiene que pensar por qué su compañera de reparto le intentó hacer hoy la zancadilla, y ayer, y anteayer...
Tiene que pensar por qué el guionista de la obra escribe siempre mentiras.
Tiene que pensar por qué el público se ríe cuando ella vive una auténtica tragedia.
Tiene que pensar porque se está acabando el tiempo, el teatro empieza a temblar...
Sobre todo, y ante todo, tiene que pensar para salvar las hermosas piezas en las que una vez participó en ese mismo teatro, en ese arte que ama y por el que moriría.
Por eso se encerró en su camerino.
Por eso esa misma actriz, que puede ser tu hija, que puede ser tu amante, que puede ser tu madre, que puede ser tu hermana o que puede ser simplemente una persona libre hoy no quiere presentarse ante el Gran Mundo.
Eso sería sencillamente: impresentable.
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